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SANATIO: Capítulo XIV


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Carteia

Los hechos del día por fin habían dejado de ser una desgracia y se convirtieron sólo en un problema, al conocerse que la vida de Domicio ya no corría peligro. Marco Galerio acudió rápidamente al campamento desde los baños para ponerse a disposición de sus superiores. Allí se le informó que al día siguiente partía hacia Carteia[1] con su unidad de caballería y dos cohortes de legionarios al mando del tribuno Cneo Decio Aquila. Su misión era acompañar a las tropas y facilitar su acomodo en una plaza que podía ser uno de los puntos más probables por los cuales los mauri asaltarían la península.
      Marco Galerio se felicitó porque las circunstancias le permitían volver a estar activo.
    El viaje transcurrió plácidamente con respecto a lo que tropas tan experimentadas estaban acostumbradas. Las vías estaban perfectamente delimitadas y acondicionadas, el camino transcurría por territorio propio, con decenas de ciudades en las que descansar y avituallarse. Quizá el apoyo de caballería no habría sido tan necesario pero Galerio agradeció que el legado decidiera, en último momento, incorporarles a la misión. Las jornadas eran cómodas. Al poder descansar en ciudades y poblaciones con los servicios mínimos, podían recorrer algunas millas más por día. No sufrieron ni esperaron ataque alguno. Marco conversaba relajadamente con Aulo Emilio y disfrutaba de su ingenio y su inteligente palabra o intercambiaba impresiones con el tribuno Decio Aquila, al que respetaba como soldado y estratega.
       En cinco días llegaron a su destino. Las tropas se asentaron a las afueras de la ciudad de Carteia. Los oficiales recibieron una invitación de uno de los duunviros de la ciudad y familiar lejano de su legado, Numerio Fabio Máximo, el cual les ofrecía su casa para que se alojaran durante su estancia en la ciudad. Por supuesto, aceptaron sin dudar, encantados de tener una residencia más que decente donde poder vivir cómodamente, una vez que las tropas estuvieron adecuadamente instaladas. Tras la primera noche en que cenaron acompañados exclusivamente por el anfitrión, el duunviro les presentó a su familia formada por su esposa, Honoria y su hija Fabia, una joven muy bella de no más de veinte años. Había tenido dos hijos más, pero habían perdido la vida durante una epidemia de viruela diez años atrás.
      Los dos primeros días transcurrieron entre su misión de acomodar a las tropas y a los animales, construir un campamento más estable, avituallarse, revisar armas e ir consiguiendo una rutina siempre necesaria para el buen funcionamiento de su unidad, organizada alrededor de guardias y entrenamiento. Todas las cenas se realizaban en familia, con la esposa e hija del duunviro que discretamente se retiraban a sus cubículos tras los postres dejando a los hombres conversar de política y de cuestiones meramente militares.
      Marco Galerio fue consciente desde el primer momento de las intensas miradas nada discretas, que le lanzaba Fabia a través del enorme comedor,  que no escaparon a la certera capacidad de observación de su centurión, Aulo Emilio, el cual le sonreía con complicidad. Galerio correspondió a lo que consideró en todo momento un juego inocente, un coqueteo sin consecuencias. Apenas habían cruzado un par de frases desde su llegada, pero la joven no apartaba sus hermosos ojos negros de él.
      La noche del tercer día los oficiales se retiraron temprano tras la cena, dado que el tribuno Decio Aquila quería salir al alba a explorar las calas y puertos naturales de la costa cercana a la plaza y planear una estrategia de patrullas que les permitiera tener vigilados aquellos puntos más vulnerables y débiles en un posible ataque por mar. Las señoras hacía horas que habían abandonado el triclinio y se suponía que dormían ya. Marco se acostó en el cómodo lecho y apagó una de las lucernas dispuesto a conciliar el sueño. Al poco alguien entró en su cuarto. Él se incorporó sorprendido y más sorprendido se quedó cuando una pequeña mano le tapó los labios y le susurró que guardara silencio. Fabia. Galerio obedeció anonadado. Entonces la joven se quitó la fina túnica con la que apenas se cubría y se lució en su más completa desnudez mostrando una piel suave y cálida, unos senos grandes y firmes. Ella tomó la mano de él y le indicó dónde deseaba que la tocara. Él respondió a sus deseos sin plantearse nada más arrebatado por un inesperado deseo.
      Olvidando toda prudencia y todo decoro por intimar de esa forma con la hija de su anfitrión, se dejó llevar por la suerte que el destino le regalaba sin valorar futuras consecuencias. Las visitas se repitieron todas las noches.
      —No está nada bien lo que haces con la hija de Fabio Máximo –le dijo en un aparte el tribuno Decio Aquila dos días antes de que Galerio partiera de nuevo a Hispalis con la unidad de caballería. Se encontraban supervisando los ejercicios de entrenamiento de los soldados, labor a la que dedicaban todas las mañanas. La unidad de caballería, dividida en dos alas, cubría los flancos por los que avanzaba la infantería dividida en tres secciones y dos líneas. Los movimientos de los legionarios estaban coordinados palmo a palmo y se desplazaban como si fuera un único organismo vivo.
      —Sé que esa joven se te ha metido en el lecho sin que tú la buscaras; todos nos dimos cuenta de cómo te miraba y se relamía desde el primer momento en que te vio –Decio sonrió irónico—, pero tendrías que haberla rechazado. El respeto a uno de los insignes magistrados de esta ciudad está por encima de todo lo demás, sobre todo de un efímero placer personal. Y nuestra obligación como soldados es no dejar de ser prudentes hasta en las situaciones más extremas.
      Galerio sabía que no tenía nada que argumentar en su defensa y decidió guardar un respetuoso silencio. Él también se repetía cada noche, cuando Fabia abandonaba su lecho entre risas y caricias, que lo que estaba haciendo era un error, que esa joven era prácticamente una niña y se juraba que ésa sería la última vez. Sin embargo, su firme propósito a la despedida de sus secretos encuentros, palidecía cuando a la noche siguiente Fabia volvía y, sin mediar palabra ni darle opción a objeción alguna, le metía la mano entre las piernas o se colocaba a horcajadas sobre su vientre excitándolo hasta volverlo loco. Sí, era un juego muy peligroso pero en breve le pondría fin.
      —Por otro lado –continuó Decio con una sonrisa de complici- dad—, he de reconocer que, si a mí se me hubiera metido en la cama una hembra como Fabia, tampoco habría podido resistirme.
      Ambos se miraron y rompieron a reír.

La despedida fue cordial. Marco decidió esa noche que dormiría en el campamento con sus hombres para poder salir al alba. Fabia, que se había situado en el comedor frente a él, le lanzaba lánguidas miradas y le hacía pucheros. Nadie parecía darse cuenta de nada. La noche anterior se había echado a llorar penosamente jurándole que su corazón estaba roto y que le echaría muchísimo de menos. En su fuero interno, Marco no la creía, tenía la sensación de que sus palabras eran excesivamente forzadas y su llanto demasiado escandaloso para la situación, pero también debía reconocer que Fabia era apenas una niña y que él, precisamente, no estaba muy versado en las peculiaridades de las mujeres. Le resultaban unos seres demasiado complicados y sutiles, enrevesados, para lo que él estaba acostumbrado. Ella le declaró su amor con enormes ojos arrebatados por las lágrimas y Marco, aún sintiéndose despreciable, no la correspondió. Había disfrutado con ella unas magníficas e inolvidables noches de lujuria y placer, que le hacían sonreír como un estúpido durante todo el día, aunque no sentía nada más allá que lo que los sentidos de la carne le proporcionaban. Un pellizco de culpa le hizo desear frenéticamente abandonar esa casa y ese lecho.
      —¿Galerio Celer?
      Marco levantó la vista de su copa de vino, sorprendido. Todos en la sala le miraban esperando algo. Sonrió azorado.
      —Tribuno Galerio Celer –Fabio Máximo sonreía afable—, preguntaba que si es tuya la esclava de la que tanto se habla en esta parte de la provincia, la sanadora.
      —Debo disculparme, me había perdido en mis pensamientos –lanzó una rápida mirada a Fabia que le fulminó con la suya—. Sí, la sanadora es una de mis esclavas. Me sorprende que hasta aquí hayan llegado noticias suyas.
      —Pues por aquí se habla mucho de ella y de tu generosidad al permitir que visite a otros esclavos. Se dice que se trata de una anciana muy sabia y afable y que viene de tierras lejanas.
      Marco rió de buena gana. Fabio sonrió a medias algo incómodo.
      —No es una anciana, precisamente; no es una niña, pero es aún joven. No es de tierras lejanas, por lo menos no se sabe con certeza. Cuando la compré había recibido fuertes golpes en la cabeza y de resultas de sus heridas había perdido la memoria, por lo que realmente no sabe su origen ni cual es su pueblo. Lo que sí es cierto es que su conocimiento es admirado, que es muy afable con los enfermos y que en todo momento se ha preocupado por los que sufren.
      Marco Galerio no pudo evitar un pellizco en las entrañas al recordar a Ana y la última vez que la vio.
      —Me encantaría conocerla y poder hablar con ella. Me fascinan estas cuestiones y esta ciencia. No pude ser médico, pero me gusta leer y estudiar todo lo que a mí llega sobre esos temas. Me considero un dogmático[2] y… ¡Bueno, no voy a aburrir a mis invitados con mis ocupaciones personales! La cuestión es que se habla tanto de esa mujer que me la imagino como alguien rodeado de misterio, fascinante.
      Por supuesto que Galerio estuvo completamente de acuerdo con su anfitrión en que la imagen que tenía de Ana era totalmente idealizada, aunque se abstuvo de hacer referencia a ello. Nada de que lo pudiera contarle se acercaría lo más mínimo a la realidad que era esa mujer. Nada.
      Fabia no apartaba los ojos del rostro de Marco. Su expresión había cambiado en cuanto empezó a hablar de esa esclava. Sus ojos habían adquirido un brillo que ella nunca le había observado en todas las noches que lo había dominado bajo su cuerpo y sometido con los placeres que era capaz de provocarle con su boca, con su piel y sus manos. Estaba claro, y le sorprendía, que nadie de los presentes lo hubiera notado, que las palabras de Galerio con respecto a esa mujer escondían mucho más de lo que decían. Y eso en sí mismo era muy revelador. Nadie sonreía de esa forma cuando hablaba de su esclava.
      Y nunca le había sonreído así a ella.



[1] San Roque, en la provincia de Cádiz. Fue la Colonia Libertinorum Carteia, primera colonia latina que se estableció en suelo no itálico, en el año 171 a.C.  y una plaza de alto valor estratégico en la Bahía de Algeciras.
[2] Corriente de pensamiento de la medicina romana.

Comentarios

  1. Buenas tardes, soy administrador de Blogueros de Sevilla. Nos gustaría si tuviera a bien, facilitarnos su dirección de correo. Puedes hacerla llegar a cm@bloguerosdesevilla.com Gracias.

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  2. MANUEL JESÚS RODRÍGUEZ RECHI: Acabo de enviar el mail a la dirección que me has facilitado. Un cordial saludo

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